miércoles, 18 de mayo de 2016

LA MENTE INTESTINAL






                           LA MENTE INTESTINAL                    

Notamos mariposas en el estómago al enamorarnos. Se nos hace un nudo en el estómago cuando estamos nerviosos y asustados. Nos entra miedo. Las ideas son comida: las opiniones se digieren, los hechos se presentan en crudo y a medio cocer, y las afirmaciones se tragan.

No es un capricho del lenguaje que relacionemos la mente con el estómago. Las personas tenemos un segundo cerebro en el intestino, en el cual se alojan unas 100 millones de neuronas. Si bien la psique está controlada por la mente, nuestro sistema digestivo toma sus propias decisiones, ya que cuenta con algunas de las mismas terminaciones nerviosas que el cerebro.
Si eres de los que se da atracones de chocolate, no te dejes consumir por el remordimiento: puede que sea culpa de tus bacterias intestinales, que te incitan a comer dulce sin parar. Los billones de microbios del intestino (microbiota) nos manejan a su antojo y favorecen el consumo de ciertos alimentos que los hacen prosperar mejor. «Las bacterias del intestino son manipuladoras. Hay una diversidad de intereses en el microbioma intestinal; algunos se alinean con nuestros objetivos alimenticios y otros no», dicen Carlo Maley y Athena Aktipis, dos investigadores de la Universidad de California, en un estudio sobre el tema.
Las bacterias intestinales condicionan incluso la personalidad. Un experimento ha demostrado que al inyectar a ratas sanas la microbiota de otras con rasgos autistas, las primeras desarrollaron el mismo comportamiento antisocial. También en humanos se ha comprobado que aquéllos con problemas de conducta tienen diferencias esenciales en la flora intestinal que otras personas sanas. Lo que muestran estos avances es que modificar la capacidad mental humana no sólo puede conseguirse a través del cerebro.
«Cambiar la flora bacteriana intestinal predeterminada puede variar la conducta»,. Un cambio en la dieta para estimular los intestinos podría abrir campos muy interesantes para curar determinadas enfermedades neuronales. De hecho, los trasplantes fecales -sí,existen los donantes de excremento, han demostrado ser más eficaces que algunos antibióticos para curar enfermedades como el colon irritable.
«La interacción entre cerebro e intestino está comprobada . «Aunque aún queda mucho para que se pueda mejorar la calidad de vida de esquizofrénicos o autistas a través del equilibrio bacteriano».
LOS "SENTIDOS" DE NUESTRO ESTÓMAGO
Memoria: La proteína que quema la grasa corporal se encarga también de la memoria; por eso los obesos son más propensos a la demencia.
Bienestar: El estado de ánimo se aloja en el estómago, ya que ahí se produce y almacena el 90% de la serotonina, la 'hormona de la felicidad'.
Sueño: Cuando relajamos el intestino, nuestras neuronas estomacales producen benzodiazepinas, que relajan e inducen el sueño.
Estrés:Ante una emergencia, el cerebro toma energía del intestino. Los intestinos se 'rebelan' y envían señales como malestar estomacal.
Gula:Las billones de bacterias que se alojan en el intestino eligen sus propios nutrientes para prosperar: a veces son más golosas que tú.
Miedo:El pánico hace que el cerebro espante al intestino grueso. Éste ya no dispone de tiempo para absorber líquido y el resultado es diarrea.

Sí, el papel básico de la Microbiota en la salud y, en concreto, su papel
fundamental en este "Segundo Cerebro" (para algunos, por su papel clave en la regulación emocional, el primero) se lleva señalando desde Hipócrates, pero es ahora cuando la evidencia experimental está llevando a la medicina a darle la importancia que tiene. En este país tenemos un ejemplo puntero de la investigación en "nutrición simbiótica" la que aporta bacterias beneficiosas y alimento para la microbiota, además de aportar micronutrientes esenciales.

Scientific American
@RdzgCarlos
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jueves, 14 de enero de 2016

La herencia neandertal.





                   La herencia neandertal.

Los humanos modernos se cruzaron con la especie que llevaba decenas de miles de años en Europa e incorporó sus mejoras genéticas frente a las enfermedades

Antes de la llegada de la higiene, las vacunas o los antibióticos, el sistema defensivo de los humanos estaba sometido a una presión despiadada. Un sistema inmune poco sólido podía resultar desbordado por la invasión de un virus que llegó al compartir una cuchara o una bacteria instalada en una herida. Por eso, es previsible que la variación genética humana se haya visto fuertemente influida por la presión de los patógenos. Esta semana, en dos artículos independientes publicados en la revista American Journal of Human Genetics, dos grupos de investigadores que analizaban la evolución genética de los mecanismos de defensa humanos y la incorporación de genes de especies antiguas al linaje de los humanos modernos anuncian que en esa guerra armamentística contra la enfermedad hubo un encuentro que nos dio un empujón interesante. Los genes de los neandertales y de susprimos los denisovanos con actividades inmunitarias tienen una mayor representación en los humanos modernos que el resto de su genoma.
En primer lugar, un grupo de investigadores liderado por Lluis Quintana-Murci, del Instituto Pasteur y del CNRS en París (Francia), utilizó información obtenida del proyecto de los 1.000 genomas para, después de analizar 1.500 genes relacionados con la respuesta inmunitaria innata de los humanos, determinar que los genes relacionados con este sistema defensivo se ven sometidos a una mayor presión selectiva que el resto. Después, descubrieron que una serie de genes responsables de la respuesta frente al ataque de bacterias mediante receptores en las paredes de las células tienen un mayor peso de herencia neandertal que en genes asociados a otras funciones.
El grupo de Quintana-Murci también observó las presiones del entorno a las que se vieron sometidos nuestros ancestros a través de las variaciones de sus genes inmunitarios. Frente a algunos que permanecieron sin cambios a lo largo de mucho tiempo, otros debieron transformarse rápidamente para responder a grandes amenazas, como la llegada de un patógeno capaz de desencadenar una epidemia. En este análisis temporal, los autores del primer estudio concluyen que la mayor parte de las adaptaciones que han conducido a nuestro sistema inmune se produjeron entre hace 13.000 y 6.000 años, cuando los humanos abandonaron su estilo de vida de cazadores y recolectores nómadas para adoptar la agricultura y la ganadería y comenzar a vivir en asentamientos permanentes.

En un segundo estudio independiente publicado en la misma revista, Janet Kelso, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania, a partir del estudio de la influencia de ADN arcaico en humanos modernos, analiza tres genes responsables de la respuesta inmune innata y concluye que los cruces entre humanos modernos, neandertales y denisovanos tuvo una importante influencia. La explicación de Kelso para justificar la relevancia neandertal en la construcción del sistema inmune humano consiste en que ellos llegaron antes y habían tenido más tiempo para evolucionar frente a muchas de las amenazas que luego debieron afrontar los Homo sapiens. “Los neandertales vivían en Europa y Asia Occidental desde hacía más de 200.000 años y, probablemente, estaban bien adaptados al entorno y los patógenos locales”, afirman. La incorporación de estas variantes genéticas neandertales, por tanto, debió proporcionar una importante ventaja para la supervivencia a los sapiens que las mantuvieron en su acervo con más frecuencia que con otros genes de la extinta especie.
En el estudio de las variantes antiguas de los genes TLR, Kelso observó que estas proporcionaban una ventaja a los humanos que las incorporaban, gracias a su mayor capacidad para rechazar patógenos en la superficie de sus células. Sin embargo, no todo lo que nos transmitieron los neandertales fue positivo. Además de ser más sensibles a la infección, las personas con estas variantes genéticas, también estarían más expuestas a las alergias.
El País

@RdzgCarlos

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